Estos día atrás, todos los medios de comunicación nos informaban de quienes eran los más ricos del mundo y de las decenas de miles de millones de dolares a que ascendían sus fortunas personales. Y lo hacían, obviamente, sin espíritu crítico alguno, es decir, sin transmitir el más mínimo atisbo de indignación ante tal obscenidad. Es más, había hasta cierta decepción, pues, al parecer, nuestro "campeón", Amancio Ortega, había perdido el tercer puesto que ocupaba el año pasado en beneficio de Warren Buffett, ya que su fortuna ascendía solo a 64.500 millones de dólares, frente a los 72.700 de Buffett. Como puede verse, la avaricia de esta gente, aplaudida por los medios de comunicación y por muchos más, es algo que no conoce límite; el afán de explotación al prójimo en cualquier latitud del globo terráqueo es algo que no corre el riesgo de saciarse nunca. ¿Qué satisface, sino una avaricia infinita, ese ansia por tener más y más? ¿Cómo un ser humano puede alcanzar tales límites de depravación, de bajeza, de inmoralidad cuando sigue amasando día tras día una fortuna de ese calibre mientras a su alrededor miles de familias no tienen unos ingresos mínimos de supervivencia? Peor; mientras a diario, y lo saben, mueren cientos o miles de niños por no tener un pedazo de pan que llevarse a la boca o una vacuna que les libre de una enfermedad para ellos mortal. Pero todo esto a ellos no les importa. Ellos a lo suyo: enriquecerse hasta límites insospechados a costa de la vida y el trabajo de sus congéneres.
Los dos primeros de la lista son Gates y Slim que tienen, respectivamente, 79.200 y 77.100 millones de dólares.
¿Qué reacciones ha suscitado esta noticia? Pues seguramente de rabia, de indignación, de envidia, de ánimo de emulación; acaso de indiferencia. Lo que desde luego no parece que haya suscitado es ninguna reacción tendente a adoptar las medidas necesarias para que estas heces sociales, todos sus coríferos y el sistema que permite tal escándalo, desaparezcan.
Los dos primeros de la lista son Gates y Slim que tienen, respectivamente, 79.200 y 77.100 millones de dólares.
¿Qué reacciones ha suscitado esta noticia? Pues seguramente de rabia, de indignación, de envidia, de ánimo de emulación; acaso de indiferencia. Lo que desde luego no parece que haya suscitado es ninguna reacción tendente a adoptar las medidas necesarias para que estas heces sociales, todos sus coríferos y el sistema que permite tal escándalo, desaparezcan.
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