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Xavier Vidal-Folch y la desigualdad

En un artículo titulado «Contra la desigualdad, impuestos» (El País, 25 de agosto), Xavier Vidal-Folch hace un repaso de las más recientes propuestas para luchar contra la lacra capitalista de la desigualdad. Por supuesto, lo de la lacra es cosa mía, Xavier ni lo menciona; dice que hay desigualdad, pero sin preguntarse por qué (a lo mejor es que lo da por sabido).
Comienza con un condicional: «Si la desigualdad es un mal negocio económico, mata a la sociedad y ralentiza el crecimiento, parece lógico combatirla con un cañón Berta». Como siempre, estos burgueses «progres» se  sitúan fuera de la realidad social o confunden o tratan de confundir una parte de la sociedad con la sociedad entera. Efectivamente, ¿para quién es un mal negocio la desigualdad, Xavier? ¿Para J.P. Morgan? ¿Para Amancio Ortega? ¿Para Carlos Slim o Ana Patricia Botín? ¡Por favor! Para esta gentuza explotadora la desigualdad es un gran negocio, es la esencia de su negocio, pues si no hubiera la descomunal desigualdad consistente en que ellos tienen la propiedad de los medios de producción y los otros lo único que pueden hacer, por ello, es vender su capacidad o fuerza de trabajo para subsistir, entonces, si las cosas no fueran así, se habría acabado su negocio. O sea que para algunos, los menos, contra lo que sostiene nuestro insigne autor, la desigualdad es un magnífico negocio. Y luego viene lo de «mata a la sociedad y ralentiza el crecimiento económico». ¿A qué sociedad mata, Xavier? ¿El crecimiento de quién ralentiza? Desde luego no mata a los grupos sociales a que pertenecen esos ricos indecentes ni ralentiza su crecimiento. Cada vez viven mejor y día a día crece su descomunal e insultante riqueza. Y esto lo dicen, entre otros, gente tan poco sospechosa de ser peligrosos bolcheviques como Oxfam. A Xavier, como buen burgués «progre», no le conviene hablar de «clases» y decir que el sistema actual, el capitalismo, mata a los explotados, a los trabajadores; que para ellos es un negocio pésimo y frena su crecimiento económico. Y esto es así para esta clase, no para la «sociedad» como dice Xavier.
Luego, nuestro autor señala las propuestas realizadas por Branko Milanovic, Thomas Piketty, Oxfam, etc, sobre la eficacia redistributiva de los impuestos sobre la renta o sobre el patrimonio o el capital, aunque la cuestión de los impuestos sobre la renta, nos dice, parece no ser pacífica. En fin, él sabrá. Pero lo que me interesa es destacar el sesudo comentario que sigue. Hablando del impuesto sobre el capital, se dice en el artículo (no me queda claro si lo que dice es de su cosecha personal o lo saca de las opiniones de Piketty, aunque creo que es esto segundo) que tal impuesto sería del 1% para más de un millón de euros y del 2% por encima de  cinco millones, añadiendo seguidamente que Oxfam subraya la urgencia de «trasladar la carga tributaria del trabajo y el consumo hacia la riqueza y el capital y recuperar un gravamen sobre la riqueza». Y ahora va el comentario de Xavier: «Viabilidad inmediata (y recelos ideológicos) aparte, nadie ha desmontado esta tesis». Y dice esto sin despeinarse. Claro que la tesis ha sido desmontada; y lo ha sido tanto que ni siquiera se ha puesto en práctica, lo que es perfectamente lógico, ya que los que tiene que adoptar las medidas legislativas y administrativas para ello son los parlamentos y los gobiernos que, lejos de servir a los intereses de esa sociedad a la que mata la desigualdad, son los agentes del capital en esas instituciones, luego mal van a imponer medida alguna como las que menciona Xavier en su artículo. Y sobre los problemas de la viabilidad ¿cuáles serían esos? Nada nos dice nuestro gran articulista. Desde luego, no pueden ser de viabilidad legislativa o administrativa; nada impide aprobar leyes y reglamentos que creen o aumenten los impuestos en el sentido a que se refiere el artículo. La «viabilidad» de la que habla Xavier, pero sin citarla expresamente, es a la fáctica. Es decir, es a la presión que ejercen los indecentemente ricos para que no se tome ni una sola medida que pueda incidir negativamente en el imponente negocio que para ellos es la desigualdad. Y todo ello dejando bien claro que esas medidas a lo único que pueden aspirar es a hacer más llevadera, si acaso, la desigualdad, pero nunca a acabar con ella.  

Finalmente, una observación. Todo el artículo parece girar en torno a las sociedades occidentales, pues no hay una sola referencia a cómo esas medidas pueden incidir en países que, casi literalmente (y pienso en los africanos) son ellos mismos objeto de la explotación capitalista. Xaviel, de este imperialismo, ni siquiera habla, debe ser que no tiene nada que ver con la desigualdad.

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